Rebusque

Amaneció sobre el piso de granito negro. Ni bien tuvo conciencia, observó que le dolía el cuerpo, más que nada el costado derecho. ¡Pero qué importaba! Había pasado la primera noche, después de muchas, lejos de la intemperie. Ahora le urgía hacer pis. Ufa, qué fiaca. Las planchas de telgopor y cartón que había conseguido resultaron ser útiles para improvisar un catre cama: el telgopor lo aisló del frío y los cartones le sirvieron de abrigo. Por ahí durante el día se las ingenie para hacerse de alguna manta… Sí, eso estaría bien.

Pis.Pis.Pis, Se levantó y vió un macetero grande que le vino al pelo para orinar. Ahhh, ¡qué alivio!. Ahora se sentía relajado y hasta entusiasmado por empezar el día. 

Volvió a su improvisado lecho, levantó con cuidado las placas de telgopor y los cartones. Plegó prolijamente esos estratos de cartón que noche a noche hacían las veces de aposento y los puso en su bolso. A las placas las dejó apoyadas contra la pared detrás de la maceta grande con forma de urna, porque pensaba volver a usarlas al fin de la jornada. 

Le gustaba este club con sus techos altos de chapa curvada, típico galpón de Palermo, le hacía acordar a los techos abovedados que tanto había contemplado. El piso de granito rosado y negro lo fascinaba. Se desplegaba para el arte de jugar con la imaginación, articulando las piedritas negras en formas conocidas. Siluetas de gatos, barquitos, flores curativas, enseres, hongos, caparazones, copas, aletas, zapatos, estrellas, puntas de flechas. 

Para el segundo día, ya estaba familiarizado con el pulso del club. Conocía dónde quedaban los baños, la cocina, las oficinas y los salones de cada piso. Empezaba también a entender el movimiento de los empleados y socios.

Una noche volviendo del baño, encontró un gusano blanco que se movía siguiendo una ondulación misteriosa. A la contracción y dilatación habituales, esperables, descritas en los manuales que Rebusque había leído, le seguían unos impulsos que lo elevaban en arco hacia atrás en un rulo completo y después de la secuencia peristáltica, en curva hacia adelante, como una montaña rusa. Algo nunca antes visto. Lo tomó con gran cuidado y delicadeza haciendo una pinza entre su índice y pulgar y lo llevó a la maceta donde tenía el ligustro disciplinado que se había traído del campito. Ahí lo dejó.

Al otro día, le acercó unas hojitas de coca y flores de tilo. El bichito las recibió con gratitud porque ni bien estuvieron en su tierrita-ahora-hogar, hizo arco y curva más un traslado en alto como si fuera un nadador tirándose en un salto de inmersión. Ese día el gusanito tenía vetas azules. Rebusque apuntó en su cuaderno esta observación: 

“Coca + tilo = lemniscata azul”.