Llegás a la milonga, está concurrida la cosa. Será que esta noche toca una orquesta en vivo o que es el 2090 y por fin, se acabaron las cuarentenas. Vaya uno a saber. Pasás la cortina y entrás al salón. No entra ni un alfiler. A ver, a ver, allá hay una silla. Caminás con ritmo para que nadie te la chafe. Te ponés los zapatos. Levantás la mirada y te cabecea un señor robusto desde la columna naranja. Bailás 3 tanguitos de Hugo Díaz y se termina la tanda.
El organizador presenta a los músicos.Hay tres que portan instrumentos de viento, otros cinco acercan los de cuerda y el último se sienta en el piano. Abren como es costumbre con Milongueando en el Cuarenta de Armando Pontier.
Los bailarines van tomando la pista, sonrientes, felices, sudorosos. Vos, que por suerte te pusiste la solera azul con flores amarillas, la más fresca que tenés, sabés que vas a terminar la tanda hecha sopa pero con el corazón contento. Tu compañero tiene un abrazo voluptuoso y redondo como una arepa.
En el otro salón ves girar a las parejas de baile, algunos perdieron el eje de tanto escabio. Mientras, la orquesta de Los Tubatangos sigue haciéndote feliz con su música vibrante, las partituras vuelan como avioncitos de papel del atril al piso. Los instrumentos de viento, los de cuerda y el piano hacen sonar sus notas con pasión.
Ahora viene la exhibición, pensás. Esta noche se presentan Blanquita y el Puchu, bailarines adorados por su carisma.
¡Qué linda está la noche!