Sábado a la noche, estoy en un bar, una de mis amigas se queja del mandato de la maternidad. No soy mujer así que no opino, pero otra le sale al cruce y sostiene a viva voz que el capitalismo posindustrual no necesita obreros ni soldados, que todo se hace con drones y que el mandato es de éxito económico, socialmediático y profesional. Yo llevo una importante mamúa así que tampoco opino.
Una tercera se mete en la charla y dice el mandato depende de dónde te movés, quiénes fueron tus padres y cuánta plata tuviste. Y al final salta una cuarta y dice que no sean lloronas, que si te la bancás al mandato lo mandás a cagar y qué te importa lo que digan los salames. Y remata invocando a Tita Merello:
—Nació hace 118 años, era pobre, huérfana y analfabeta. No había licencia por maternidad, no podías votar, y esperaban que tuvieras hijos y fueras sumisa y buena. Tita fue bocona y pendenciera. Se acostó con un montón de tipos. Y la rompió. Y cuando Sandrini, el amor de su vida, le dijo “me acompañás o no me ves más” ella eligió su carrera y su talento. Mandato, las tetas —cerró mi amiga y todos nos reímos mientras yo pensaba “tengo que hacer una columna de Tita”.
Recién al día siguiente, mientras le pedía a dios que la resaca desapareciera antes de que mis padres trajeran a mis hijos, pensaba en Tita y los mandatos. Es verdad, rompió con todo. Pero es injusto pensar que porque un individuo extraordinario se sacó de encima el yugo de la época, ese yugo no existió, o no fue dañino. O que es el deber de cada uno en soledad desprender de la presión colectiva.
No todos tenemos ese poder. Hay mandatos asesinos, hay expectativas sociales que destruyen corazones. Y, seamos honestos, nadie se los saca de encima en la absoluta soledad. Siempre hay un grupo, una manada o un amor que te ayuda a resistir. Incluso Tita, cuando cantaba “Se dice de mí” y remataba “yo soy así” estaba diciendo “así soy yo, y así quiero que me quieran”.
No hay rebelión individual
y si existe
no perdura
No hay cambio en soledad
y si aflora
se marchita
Incluso en la diferencia infinita
buscamos el calor
de la mirada que recibe.
No queremos ser iguales
solo amados.
FUENTE: Juan Sklar, Cazador Solitario